Festinger revisitado
Me ha sorprendido gratamente encontrar en un artículo de prensa una referencia implícita a la teoría de la disonancia cognitiva. Cada vez encuentro el planteamiento de Festinger más interesante y más correcto.
La cita es de Félix Ovejero en El País (28.6.2007):
En una agria polémica con Steven Pinker, el lingüista y científico cognitivo George Lakoff recordaba que nuestro cerebro opera con estructuras y metáforas conceptuales, imágenes más o menos esquematizadas que nos permiten ordenar nuestras experiencias. Recogemos aquella información que confirma nuestros juicios e ignoramos los datos que no encajan en el bastidor o los interpretamos para acomodarlos. Por supuesto, cuando siguen goteando las pruebas en contra, resulta difícil mantener el cuadro. Lo común es que, de pronto, cierto día, un dato menor, acaso irrelevante, derrumbe las ficciones. La información encaja reordenada en una nueva composición. Todo se acaba por entender, incluso aquello que no se quería ver. Quienes hayan sido víctimas de una estafa personal o material conocen la experiencia. Lo que nos resistíamos a admitir se impone. También se impone algo más deprimente: éramos unos crédulos. Ésa es la segunda razón para resistirse a perder la confianza: la autoestima está en juego. Es doloroso admitir que somos unos gilipollas. Hay una última razón para el empecinamiento: el empecinamiento mismo. Cuando las creencias no tuvieron otro soporte que las ganas de creer es difícil que ningún hecho nuevo las corrija. Quien siempre prescindió de los hechos para formar sus creencias puede seguir prescindiendo de los hechos para modificarlas. A menos datos, más fe. Se ha invertido mucha carga psicológica o afectiva para estar atentos a la endeblez de hechos y razones. El fenómeno es conocido por los psicoeconomistas. Podemos asistir a un espectáculo que ya ha dejado de interesarnos y al que no asistiríamos si fuera gratis, simplemente porque meses atrás compramos la entrada. Una propuesta que ofrecida hoy no nos interesaría nos sigue atando por pura inercia, porque un día empeñamos en ella dineros o afectos. Si este comportamiento irracional se da hasta en las inversiones en Bolsa, imaginemos lo que sucede cuando lo comprometido es la identidad. Es difícil apearse de la propia biografía. Y el yo que llegará a ser no está en condiciones de tomar decisiones hoy. De poco sirve anticipar que, reconocidos los errores, cierto día se conquistará una mirada limpia, sin auto-engaños. La serenidad futura no se disfruta en el presente. En medio sólo queda un temido tránsito, desamparados, sin los materiales que aseguraron la idea que teníamos de nosotros mismos.
Cita clara y correcta.
La cita es de Félix Ovejero en El País (28.6.2007):
En una agria polémica con Steven Pinker, el lingüista y científico cognitivo George Lakoff recordaba que nuestro cerebro opera con estructuras y metáforas conceptuales, imágenes más o menos esquematizadas que nos permiten ordenar nuestras experiencias. Recogemos aquella información que confirma nuestros juicios e ignoramos los datos que no encajan en el bastidor o los interpretamos para acomodarlos. Por supuesto, cuando siguen goteando las pruebas en contra, resulta difícil mantener el cuadro. Lo común es que, de pronto, cierto día, un dato menor, acaso irrelevante, derrumbe las ficciones. La información encaja reordenada en una nueva composición. Todo se acaba por entender, incluso aquello que no se quería ver. Quienes hayan sido víctimas de una estafa personal o material conocen la experiencia. Lo que nos resistíamos a admitir se impone. También se impone algo más deprimente: éramos unos crédulos. Ésa es la segunda razón para resistirse a perder la confianza: la autoestima está en juego. Es doloroso admitir que somos unos gilipollas. Hay una última razón para el empecinamiento: el empecinamiento mismo. Cuando las creencias no tuvieron otro soporte que las ganas de creer es difícil que ningún hecho nuevo las corrija. Quien siempre prescindió de los hechos para formar sus creencias puede seguir prescindiendo de los hechos para modificarlas. A menos datos, más fe. Se ha invertido mucha carga psicológica o afectiva para estar atentos a la endeblez de hechos y razones. El fenómeno es conocido por los psicoeconomistas. Podemos asistir a un espectáculo que ya ha dejado de interesarnos y al que no asistiríamos si fuera gratis, simplemente porque meses atrás compramos la entrada. Una propuesta que ofrecida hoy no nos interesaría nos sigue atando por pura inercia, porque un día empeñamos en ella dineros o afectos. Si este comportamiento irracional se da hasta en las inversiones en Bolsa, imaginemos lo que sucede cuando lo comprometido es la identidad. Es difícil apearse de la propia biografía. Y el yo que llegará a ser no está en condiciones de tomar decisiones hoy. De poco sirve anticipar que, reconocidos los errores, cierto día se conquistará una mirada limpia, sin auto-engaños. La serenidad futura no se disfruta en el presente. En medio sólo queda un temido tránsito, desamparados, sin los materiales que aseguraron la idea que teníamos de nosotros mismos.
Cita clara y correcta.
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