ENTRE dos países como España y Alemania, ambos miembros preeminentes de la UE, lo deseable es que se registren los menos conflictos posibles, pero asuntos importantes y de todo tipo que merezcan un análisis compartido existen en todos los campos de la relación bilateral, y cada vez más. Argumentar que no hay materias para celebrar una reunión entre los dos Gobiernos no es sino el síntoma de que las relaciones son, si no frías, bastante indiferentes. Si entre Francia y Alemania -países cuyos Gobiernos se reúnen con cierta regularidad y que han convertido en objetivo prioritario su progresiva compenetración- se anulase una cumbre con la excusa de que sus dirigentes no tienen asuntos de los que hablar, nadie pensaría en una situación normal, sino en todo lo contrario. Así, la suspensión de la cumbre hispano-alemana de este otoño no equivale a un simple aplazamiento por razones de calendario o agenda: es una mala señal, una clara anomalía, y mucho más si se tiene en cuenta que Alemania no es un país cualquiera.
Empezando por la situación crítica de las tropas de la OTAN en Afganistán o el inquietante futuro de la misión militar que ambos países comparten en el sur del Líbano, es muy larga la lista de los asuntos en los que es necesario que los dos máximos responsables políticos de España y Alemania intercambien informaciones y conocimientos de la manera más directa posible, independientemente de los desencuentros pasados. Cualquier observador puede enumerar una larga lista de cuestiones a las que Rodríguez Zapatero y Angela Merkel deben dedicar unas horas de conversación fuera de las habituales cumbres europeas. Naturalmente, cuando un Gobierno, como en este caso el español, no tiene vocación de estar en primera línea de la política internacional, lo normal es que sus potenciales interlocutores tampoco le den mucho valor al ejercicio de la diplomacia directa si detectan que los temas esenciales de la política exterior no le suscitan una emoción particular. Por otro lado, es evidente que las relaciones personales entre Zapatero y Merkel no han sido buenas desde el principio, cuando el presidente del Gobierno español descalificó su victoria electoral. Tampoco ayudó a mejorarlas su contumaz voluntad de interferir en la opa de E.ON sobre Endesa. Es posible que en Alemania hayan detectado -y con razón- que el Gobierno está ya lanzado a una dura precampaña electoral y que algunos de los asuntos que deben tratarse podrían verse influidos por un ambiente poco propicio y quizás incómodo. Pero en cualquier caso, este sorprendente aplazamiento no hace sino acentuar la impresión de que España ya es sólo un socio irrelevante en el escenario internacional.