El veto publicitario y la ética periodística
Veo con horror que a todo el mundo le parece estupendo que los anunciantes se retiren del programa "La noria" porque ha invitado a éste o aquél. No seré yo quien defienda ese tipo de televisión: ni me interesa ni creo que aporte valor a los espectadores. Pero ésta no es la cuestión.
Mi análisis va por otro lado. Resulta que un anunciante puede decidir sobre el contenido televisivo, apostando por un personaje, una idea o unos valores. Creo que no debemos caer en esta trampa y mezclar nuestra ética personal con la periodística. El conflicto de interés es manifiesto.
La libertad de la empresa de comunicación consiste en la creación de unos contenidos concretos. Puede ser cultos, zafios, deportivos, de entretenimiento o de cualquier naturaleza. Es su derecho constitucional siempre que no atente contra los derechos personalísimos y otras libertades. La libertad del anunciante reside en invertir en espacios que congreguen un tipo de audiencia (generalista o nicho, poco importa). Que los planificadores prefieran la comodidad de los medios de masas es una mala decisión estratégica, pero no cabe lamentarse por cómo utilicen su capacidad de acción. Y, claro está, la libertad de cada uno de nosotros reside en ver (o no) ese programa. Así de simple.
Si aceptamos la presión publicitaria como algo natural, es el principio del fin de la independencia editorial. El caso de La Noria todo el mundo lo ve claro, pero ¿y si el veto se extendiera a otros formatos? ¿y a los servicios informativos? Por eso, me escandaliza la alegría de algunos medios (perro no come perro) cuando un anunciante presiona. Veremos en qué queda
Mi análisis va por otro lado. Resulta que un anunciante puede decidir sobre el contenido televisivo, apostando por un personaje, una idea o unos valores. Creo que no debemos caer en esta trampa y mezclar nuestra ética personal con la periodística. El conflicto de interés es manifiesto.
La libertad de la empresa de comunicación consiste en la creación de unos contenidos concretos. Puede ser cultos, zafios, deportivos, de entretenimiento o de cualquier naturaleza. Es su derecho constitucional siempre que no atente contra los derechos personalísimos y otras libertades. La libertad del anunciante reside en invertir en espacios que congreguen un tipo de audiencia (generalista o nicho, poco importa). Que los planificadores prefieran la comodidad de los medios de masas es una mala decisión estratégica, pero no cabe lamentarse por cómo utilicen su capacidad de acción. Y, claro está, la libertad de cada uno de nosotros reside en ver (o no) ese programa. Así de simple.
Si aceptamos la presión publicitaria como algo natural, es el principio del fin de la independencia editorial. El caso de La Noria todo el mundo lo ve claro, pero ¿y si el veto se extendiera a otros formatos? ¿y a los servicios informativos? Por eso, me escandaliza la alegría de algunos medios (perro no come perro) cuando un anunciante presiona. Veremos en qué queda
Etiquetas: ética, la noria, publicidad
<< Home