Para que Bolonia funcione
Artículo de Rafael Puyol, presidente de IE Universidad, en la Tercera de ABC.
Para que Bolonia funcione
No es menor la pretensión de introducir cambios en la metodología docente, y la voluntad de ofrecer en el proceso de enseñanza-aprendizaje algo más que contenidos con la finalidad de favorecer la empleabilidad de los titulados. Y resulta loable, por apremiante, la apertura de nuestras universidades a estudiantes extranjeros porque necesitamos internacionalizar el sistema y favorecer la movilidad interior de los alumnos que por una oferta regional suficiente se han hecho demasiado sedentarios.
Sin embargo, es necesario evitar a toda costa que por la vía de ciertas actuaciones se desvirtúe el alcance de esta posibilidad. Los Departamentos no pueden pretender incorporar a los planes todo lo que saben sus profesores y prescindir de todo lo que ignoran. Sabemos que los departamentos universitarios, junto con las comunidades de vecinos, son uno de los inventos más sombríos de la humanidad. En ellos se desatan, desbordadas, las pasiones humanas y hasta las inhumanas, en una lucha permanente por puestos y preeminencias. Un invento que llega a la perversidad cuando han de convivir (y competir) departamentos del mismo área de conocimiento, identificados, como los Papas, por un nombre y un número romano. Los nuevos planes pueden fracasar por la base si los departamentos no son capaces de ponerse de acuerdo en un diseño que les va a exigir sacrificios y renuncias antes un curriculum más reducido que los anteriores.
Las Conferencias de Decanos y Directores tienen que admitir que no son Fuenteovejuna. Que llegar a acuerdos para «cerrar» lo más posible una titulación es un torpedo contra la línea de flotación del espíritu de Bolonia. No tiene sentido, por extemporáneo e inconveniente que algunas áreas esten buscando caminos, directos o indirectos, para sortear la aplicación de una estructura de estudios y una distribución de contenidos que consideran impertinente y que algunos responsables académicos sigan intentando recuperar planes de estudios definidos poco después de la muerte de Viriato a los que han canonizado como cuasiperfectos.
Los colegios profesionales deben ser más abiertos y menos corporativos. No pueden convertirse en censores de lo que está bien o mal. Deben ser escuchados porque siempre pueden aportar opiniones ancladas en su larga experiencia y juicios sobre contenidos imprescindibles para evitar fracasos derivados de la impericia formativa de sus colegiados. Pero no pueden pretender regularlo casi todo y considerar inconsistente todo lo que se salga de sus recomendaciones.
La Aneca tiene que actuar con rigor, pero también con flexibilidad. Y al menos en las verificaciones iniciales de los títulos no parece que haya sido así. La mayoría han sido devueltos a las Universidades con argumentos desfavorables no siempre claros y justificados. La Universidad española ha vuelto a sacar a pasear su instinto profundamente autocrítico. Las mismas personas que suelen intervenir en el diseño de los planes son luego las que, en otro escenario, los critican u objetan con impiedad.
Quizás tienen razón los alumnos al decir que han intervenido poco o nada en la confección de los nuevos planes. Pero no la tienen algunos grupos o asociaciones cuando afirman que el proceso de Bolonia supone una mercantilización de la educación superior que se manifiesta en un encarecimiento de los estudios y en una cierta elitización de la Universidad. Bolonia no tiene porque ser más cara que el sistema previo y no me preocupa una mayor elitización de la Universidad siempre que afecte a los productos y no tanto a los usuarios.
Por último, el Ministerio, ahora con nueva denominación y competencias, ha de favorecer la venida de estudiantes internacionales mediante procedimientos que no supongan para los candidatos un calvario descorazonador. Eso significa ante todo reconocer los estudios realizados en cada país para acceder a la Universidad como suficientes para entrar en nuestro sistema. Por el momento, sólo los estudiantes del Espacio Europeo de Educación Superior y desde hace poco tiempo los de China, están en esta situación. Pero quedan muchos estados a los que extender esta posibilidad, conveniente para España, que va a necesitar en el futuro un volumen de trabajadores cualificados superior a los que internamente va a permitir la producción propia.
La Universidad no puede producir clones con los mismos conocimientos e ignorancias. Bolonia es una oportunidad para hacer cosas nuevas, distintas, útiles, originales e innovadoras. Ojalá sepamos y podamos aprovecharla.
Para que Bolonia funcione
TODO empezó en Bolonia en 1999. Allí se inició el proceso para promover la convergencia entre los sistemas nacionales de educación universitaria que permitieran la conformación de un Espacio Europeo de Educación Superior. Su objetivo prioritario fue el establecimiento de titulaciones que fueran reconocidas académica y profesionalmente en toda la Unión Europea y en otros países adheridos. Pero la oportunidad que brinda el proceso pretende aprovecharse para modernizar y mejorar la calidad de los sistemas universitarios implicados y para desarrollar la diversidad y la flexibilidad en la educación superior como instrumento para afrontar los desafíos de la globalización y de una sociedad basada en el conocimiento.
Bolonia apuesta además por la internacionalización de las instituciones, la movilidad de los estudiantes, la acreditación de los estudios para verificar su pertinencia y el aprendizaje a lo largo de toda la vida.
En el caso de España, la mayoría de estos principios tan básicos, como necesarios, se mencionan en el Real Decreto regulador de las enseñanzas universitarias oficiales, publicado a finales del último mes de octubre. En él se anuncia el objetivo indiscutible de contribuir a la modernización de las universidades españolas y recoge los principios incuestionables de flexibilidad en la ordenación de las enseñanzas, la autonomía universitaria para el diseño y la diversificación curricular.
No es menor la pretensión de introducir cambios en la metodología docente, y la voluntad de ofrecer en el proceso de enseñanza-aprendizaje algo más que contenidos con la finalidad de favorecer la empleabilidad de los titulados. Y resulta loable, por apremiante, la apertura de nuestras universidades a estudiantes extranjeros porque necesitamos internacionalizar el sistema y favorecer la movilidad interior de los alumnos que por una oferta regional suficiente se han hecho demasiado sedentarios.
Pero lo que resulta más novedoso en la norma es la oportunidad de ofrecer títulos con un cierto grado de originalidad. Por primera vez, las Universidades podrán evitar los grados uniformes en los que todo se parece a todo y nada (o muy poco) resulta distinto.
Sin embargo, es necesario evitar a toda costa que por la vía de ciertas actuaciones se desvirtúe el alcance de esta posibilidad. Los Departamentos no pueden pretender incorporar a los planes todo lo que saben sus profesores y prescindir de todo lo que ignoran. Sabemos que los departamentos universitarios, junto con las comunidades de vecinos, son uno de los inventos más sombríos de la humanidad. En ellos se desatan, desbordadas, las pasiones humanas y hasta las inhumanas, en una lucha permanente por puestos y preeminencias. Un invento que llega a la perversidad cuando han de convivir (y competir) departamentos del mismo área de conocimiento, identificados, como los Papas, por un nombre y un número romano. Los nuevos planes pueden fracasar por la base si los departamentos no son capaces de ponerse de acuerdo en un diseño que les va a exigir sacrificios y renuncias antes un curriculum más reducido que los anteriores.
Las Conferencias de Decanos y Directores tienen que admitir que no son Fuenteovejuna. Que llegar a acuerdos para «cerrar» lo más posible una titulación es un torpedo contra la línea de flotación del espíritu de Bolonia. No tiene sentido, por extemporáneo e inconveniente que algunas áreas esten buscando caminos, directos o indirectos, para sortear la aplicación de una estructura de estudios y una distribución de contenidos que consideran impertinente y que algunos responsables académicos sigan intentando recuperar planes de estudios definidos poco después de la muerte de Viriato a los que han canonizado como cuasiperfectos.
Los colegios profesionales deben ser más abiertos y menos corporativos. No pueden convertirse en censores de lo que está bien o mal. Deben ser escuchados porque siempre pueden aportar opiniones ancladas en su larga experiencia y juicios sobre contenidos imprescindibles para evitar fracasos derivados de la impericia formativa de sus colegiados. Pero no pueden pretender regularlo casi todo y considerar inconsistente todo lo que se salga de sus recomendaciones.
La Aneca tiene que actuar con rigor, pero también con flexibilidad. Y al menos en las verificaciones iniciales de los títulos no parece que haya sido así. La mayoría han sido devueltos a las Universidades con argumentos desfavorables no siempre claros y justificados. La Universidad española ha vuelto a sacar a pasear su instinto profundamente autocrítico. Las mismas personas que suelen intervenir en el diseño de los planes son luego las que, en otro escenario, los critican u objetan con impiedad.
Las universidades públicas tienen que conducirse con más generosidad con las privadas y no descalificar, sin más, sus iniciativas con el argumento de que las necesidades del mercado están cubiertas con su oferta. Las universidades privadas, la mayoría jóvenes e imperfectas, han hecho un esfuerzo de adaptación a Bolonia mucho más rápido e intenso que las públicas. De las poco más de doscientas solicitudes de verificación de planes un 64 por ciento han correspondido a las instituciones privadas que además han podido, por sus menores constreñimientos internos, diseñar titulaciones con contenidos novedosos. No se pueden descalificar esos proyectos con el argumento injusto de una pretendida competencia, tanto más si se tiene en cuenta que las privadas no consumen recursos públicos.
Quizás tienen razón los alumnos al decir que han intervenido poco o nada en la confección de los nuevos planes. Pero no la tienen algunos grupos o asociaciones cuando afirman que el proceso de Bolonia supone una mercantilización de la educación superior que se manifiesta en un encarecimiento de los estudios y en una cierta elitización de la Universidad. Bolonia no tiene porque ser más cara que el sistema previo y no me preocupa una mayor elitización de la Universidad siempre que afecte a los productos y no tanto a los usuarios.
Las Comunidades Autónomas han de superar la pretensión de no crear demasiadas diferencias entre sus Universidades, favoreciendo proyectos desviados del cómodo, pero poco competitivo, «café para todos».
Por último, el Ministerio, ahora con nueva denominación y competencias, ha de favorecer la venida de estudiantes internacionales mediante procedimientos que no supongan para los candidatos un calvario descorazonador. Eso significa ante todo reconocer los estudios realizados en cada país para acceder a la Universidad como suficientes para entrar en nuestro sistema. Por el momento, sólo los estudiantes del Espacio Europeo de Educación Superior y desde hace poco tiempo los de China, están en esta situación. Pero quedan muchos estados a los que extender esta posibilidad, conveniente para España, que va a necesitar en el futuro un volumen de trabajadores cualificados superior a los que internamente va a permitir la producción propia.
Sólo así podría llevarse a cabo una reforma basada en la flexibilidad, en la transversalidad y en la multidisciplinariedad de los sistemas educativos y en una oferta de productos diferenciados que promueva una auténtica competencia entre las Universidades.Sólo así será posible que las Universidades ejerzan la función irrenunciable de la autonomía responsable que entraña libertad de diseño, pero también compromiso con el rigor y la calidad de los productos ofertados. Sólo así seremos capaces de superar los estrechos límites territoriales de los sistemas educativos regionales que al planificar parecen hacerlo sólo para sí mismos, para unos estudiantes interiores en clara disminución ante los efectos imparables de una demografía implacable.
Los estudiantes deben poder elegir aquello que conviene más a sus intereses. Moverse entre universidades y centros educativos a la búsqueda de lo mejor. Adquirir conocimientos básicos, pero también formaciones complementarias y diferenciadas que den singularidad a su formación. Deben aprender a aprender y el profesor a enseñar de otra manera. La clase magistral está condenada al baúl de los recuerdos. Los métodos interactivos se impondrán con rotundidad.
La Universidad no puede producir clones con los mismos conocimientos e ignorancias. Bolonia es una oportunidad para hacer cosas nuevas, distintas, útiles, originales e innovadoras. Ojalá sepamos y podamos aprovecharla.
Etiquetas: abc, bolonia, IE, rafael puyol, universidad
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