10 años de Erasmus, 20 años de Europa
En 1999, llegué a Berlín dentro del programa Erasmus para universitarios. Como buen estudiante de intercambio, mi nivel de alemán estaba por debajo de lo previsto y me matriculé como pude en las asignaturas ofertadas entre la Humboldt y en la Freie Universität, pasado y presente de la ciencia en Alemania. La historia de las revoluciones, las relaciones internacionales y el pensamiento político contemporáneo fueron los ejes sobre los que pivotaron mis asignaturas obligatorias y de libre elección. Durante el curso, España apenas aparecía en los temarios, los autores españoles no estaban entre la bibliografía citada y la cultura española era otra más dentro del panorama europeo. Cuanto más tiempo pasaba, mejor comprendía qué sucedía. En pleno corazón de Europa, estaba a igual distancia de la península balcánica, de París, del Círculo Polar o de cualquier otro punto… excepto de España.
El cambio de perspectiva y de enfoque me sirvió para ampliar mi radar personal y para comprender que Europa es mucho más que el Mediterráneo. Por eso cuando leo que la ampliación de Europa ha sido de ésta o aquella manera, pienso que quienes eso escriben tendrían que viajar más y salir de su ámbito cultural. Se amplía la Unión Europea, pero no Europa. Ahora, cuando se cumplen veinte años de la caída del Muro de Berlín, hay que valorar positivamente los avances y las ventajas de la integración y la ampliación de la Unión Europea. ¡El proceso no ha hecho más que empezar!
En el plano político, la adhesión de nuevos miembros de los nuevos miembros supone la garantía de estabilidad, gobernanza y democratización que supone el acervo comunitario. Aunque ahora esté en auge el euroescepticismo, el futuro político de las jóvenes democracias orientales pasa por la consolidación del acervo, por la expansión de políticas a favor de la UE y el fomento de la identidad nacional dentro de Europa. Estoy convencido de que los actuales discursos nacionalistas y euroescépticos desaparecerán en cuanto la generación Erasmus de estos países alcance niveles de responsabilidad en la administración. Es cuestión de tiempo y hay que tener paciencia. Los jóvenes, que han escuchado de sus padres las miserias del comunismo y las fronteras cerradas, no volverán a esa etapa. Todavía algunos profesionales del poder mantienen su hegemonía política mediante la política del miedo a lo nuevo, a lo que viene de fuera y a los burócratas de Bruselas. La crisis económica tampoco ayuda. No obstante, la integración ha favorecido la situación económica y, sobre todo, ha impulsado la idea de ciudadanía, de derechos políticos y de justicia social.
En perspectiva internacional, una Europa fuerte y unida es fundamental para hacer frente a los desafíos de la globalización. Las fronteras geográficas y los mapas políticos no paran la expansión de la gripe A y no limitan el alcance de las guerras, los movimientos migratorios o las hambrunas. ¿Demasiado peso para una UE devaluada? Puede ser. No obstante, no es menos cierto que los desafíos globales exigen un enfoque común, capaz de dar una respuesta única y comprometida más allá de la Península Ibérica o los Alpes. El paso siguiente de la ampliación es la integración, que hará exitosa las políticas emprendidas desde la caída del Muro. Es el tiempo de la diplomacia pública, de convencer a los aliados y a los países del entorno que la modernización, el progreso económico y la consolidación de la democracia son los pilares sobre los que sustentar un las relaciones internacionales. Un enfoque kantiano, seguro, pero basado en la comunidad epistémica de intereses y valores.
Desde el punto de vista económico, la desaparición de las fronteras y el mutuo reconocimiento ha ampliado el abanico de posibilidades a miles de trabajadores y empresas. Es la gran oportunidad. Europa quiere caminar hacia una economía de la innovación y el conocimiento; esto sólo es posible si existe un mercado capaz de estimular la demanda y apoyar la oferta. El crecimiento sostenible sólo será posible a través de la internacionalización de las empresas y la inversión exterior mantenida en el tiempo. La libre circulación de personas es el pilar que favorece que los capitales se muevan, se creen nuevos puestos de trabajo y se invierta la actual tendencia de destrucción de empleo. Desde 1990, se estima que la UE ha invertido en los países de la ampliación alrededor de 200.000 millones de euros, lo que supone un estímulo para el empleo local y la garantía de estándares de calidad y seguridad, así como la protección del medio ambiente. La competencia y la deslocalización son cuestiones de nuestro tiempo y no tiene cabida una solución parcial, nacionalista o desconectada de la economía global. La ampliación de Europa ofrece las dimensiones adecuadas para el desarrollo de las políticas de innovación y conocimiento en red para hacer frente las nuevas demandas de una economía verde, sostenible y responsable con el entorno.
Y la cultura. Si hay algo que la Comisión Europea debe impulsar es el estudio del tronco común cultural que une a los europeos. Siguiendo el ideal de Jean Monnet, la UE no coliga Estados, sino personas. Compartimos a George Steiner, Claude Magris, Ortega, María Zambrano, Salvador de Madariaga, Orhan Pamuk, Vassili Grossman, Sloterdjik, Norberto Bobbio, Habermas, Sartre, Glücksmann, Bauman, Hannah Arendt y la cultura de entreguerras. El mundo del periodismo también ha aportado a Indro Montanelli y Kapucinski, creadores de un lenguaje y referentes de una forma de ser europeos. Todos nos han emocionado, nos han hecho partícipes de su europeidad y de sus inquietudes. ¿Por qué no les leemos más? ¿Por qué no se incluyen todos estos autores (¡y más!) en los colegios y las universidades? Cuanto más leamos, más cercanos nos sentiremos y más fácil será construir puentes de apoyo y colaboración.
Hoy, casi diez años después, estoy seguro de que aquella experiencia Erasmus ha condicionado mi trayectoria personal y profesional. No entiendo Europa si no es dentro de un paradigma que incluye a todos con quienes compartimos las raíces y deseo común de una Europa mejor, basada en el proyecto de la Ilustración. Si, técnicamente, no sé si pertenezco a la generación X, Y o a cualquier otra, lo que tengo claro es que desde entonces comparto ciertos valores que considero europeos y que tienen una creciente aceptación universal. Queda mucho por hacer. Las transformaciones políticas y socioeconómicas no son inmediatas, sino que dan sus frutos al cabo de una o dos generaciones orteguianas. Espero que el paisaje que veremos dentro de otros 20 años sea el esperado por todos aquellos que deseamos una Europa más justa, más integrada y más libre.
Etiquetas: bolonia, erasmus, europa, jean monnet
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